Cada día los vinos y quesos canarios adquieren más reconocimientos dentro y fuera de nuestro territorio pero quizás uno de los productos más olvidados o al que no le damos el valor que se merece es la miel.
La pasada semana tuve la ocasión de hacer una ruta muy especial organizada por Tenerife Rural y la Casa de la Miel que me condujo a través de uno de los senderos del Parque Nacional de las Cañadas del Teide, en Tenerife. Bajo el nombre de “El Teide a vista de abeja” conocí de cerca el trabajo de miles y miles de abejas que ayudan a la polinización de las plantas y que nos dejan un rico manjar único en Tenerife: la miel de cumbre.
Iniciamos la salida desde el mirador “El Corral del Niño” y a partir de allí continuamos unos cuatro kilómetros acompañados por dos guías del Parque Nacional que durante el trayecto nos fueron explicando las maravillas que nos ofrece el paraje de El Teide para que tuviéramos conciencia de la importancia de su conservación, destacando aspectos importantes dentro de este ecosistema único y tan vulnerable.
La Fundación Tenerife Rural y la Casa de la Miel llevan a cabo esta ruta guiada hacia las colmenas de la zona desde hace cuatro años. Sus principales objetivos son dar a conocer las peculiaridades de la miel que se produce en la cumbre y acercar el trabajo de los apicultores a los visitantes para ponerlo en valor.
El punto de encuentro con los apicultores de la zona fue, sin duda, el más esperado, ya que perfectamente protegidos para evitar las picaduras nos dispusimos a observar el trabajo de las abejas junto con el apicultor Anastasio González y Zoa Hernández, técnico de la Casa de la miel. Juntos nos explicaron que alrededor de unos cien apicultores tienen colmenas en la zona a unos 2.200 metros de altitud, produciendo una miel obtenida de una o varias flores, en especial de la valorada retama que aunque este año no ha tenido mucha floración porque ha nevado muy poco aún así se apreciaba el suave aroma que desprenden las flores de la planta.
Escuchando atentamente las explicaciones y sin perder detalle de cómo Anastasio y Zoa sacaban los panales, las más de 30 personas que disfrutaron de la ruta fotografiaban a las pequeñas trabajadoras que, pese a la intromisión en su labor diaria, se mostraron tranquilas durante la visita y nos permitieron satisfacer toda nuestra curiosidad.
Para terminar la expedición y antes de la vuelta a casa, los apicultores extrajeron uno de los panales del que probamos directamente la rica miel de color claro y transparente, con muy buen sabor y en su punto de dulzor, perfecto para endulzar bebidas y postres.
Sin duda una experiencia única con la que comprobé el duro trabajo no sólo de las abejas, sino de los apicultores que cuidan y miman sus colmenas para obtener el preciado líquido dorado.